Le echo ganas cuando cojo la taza de café de la mesa y miro hacia el salón, la mirada triste te busca en algún recoveco de ese ventanal húmedo y frío. Y pese a que tu espectral apariencia ilusoria sea el fruto de estas antiguas heridas de guerra, temo decir entre susurros temblorosos y mirada furtiva que ese punto del sofá, el cual tú solías ocupar, provoca un extraño brío.
Y es cierto que cuando doy los primeros pasos noto como tu imagen se emborrona entre mis lágrimas de añoranza y me provoca el retroceso. Retraído en un mundo ilusorio lleno de sombras y cadenas imaginarias que hacen de mí un preso condenado al dolor eterno, al tiempo efímero... incluso al sudor frío que provoca este terrible proceso.
Avanzo y retroceso, apareces y por mi vida temo. Con el tembleque en mis manos helados por la falta de calor humano, con el corazón lleno de jirones pese a ser de hierro. Y huyo de nuevo hacia la cocina, ocultándome de tu ilusoria mirada, la cual me hipnotiza hasta que duermo. Y de nuevo yerro.
Dicen que te fuiste hace tiempo, que fuiste presión en el pecho cuando tu cuerpo yació en el fondo del océano pacífico, acompañada de peces y corales de piedra. Y ahora eres fantasma en mi memoria, mancha que no se borra aunque el dolor envenene mi mente cruelmente, descendiendo como una losa y atrapando mi cordura entre muchas de tus temibles y fantasmagóricas hiedras.
Y es cierto que vuelvo en mí y miro de nuevo al habitáculo, atacado por mis nervios por un fantasma de pasado, el cual no es real. Y vuelvo a perderme en el recuerdo infinito, el bucle de mis mal de amores, fotografía visual de mil y una razones transformada a mi suerte en un burdo secreto finito.
Presiono la mano libre en mi pecho, y lloro. Lamento tu ida por la culpa de mis palabras, la dureza de mis miradas en las madrugadas y la bofetada que finalizó la que fue la última de nuestras veladas. Ataviada con tu vestido blanco, los zafiros a juego con tus pupilas, las carreras entre tus hermosas medias y el reloj paró su sonido en el frío y marino lecho.
Cae la taza contra el suelo, y veo como las marcas de café crean tu nombre en el pavimento. Lamento, y lloro de nuevo, cayendo de bruces y maldiciendo la desdicha provocada por el sufrimiento.
Y siento que todo termina aquí, en silencio. Como tu recuerdo: muerto.
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