Eres ese roto con sabor a despedida que nunca querré remendar, esa melancolía caótica que salva todos y cada uno de mis abismos, incluso los más oscuros y perturbadores.
Ese desenfreno sin nombre que me acaricia en cada noche intoxicada del veneno de tus idas y venidas, que se me clava como aguijones ponzoñosos en el centro de todo lo que soy; en cada pequeño resquicio de mi alma.
Esa abrumadora mirada con restos de desierto, que abarca todas las dimensiones que te creas por el miedo a desearme más de lo que deseas escapar de todo esto.
Ese leve pestañeo al despertar, ese beso amargo, impregnado de fuego extinto que se niega a regresar.
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